La hibernación se convierte en la mejor opción de vida para muchos animales que disminuyen su actividad fisiológica y ralentizan su metabolismo en un intento de profundo descanso.
La palabra con D.
D.E.S.C.A.N.S.O.
Por lo general concebimos nuestro tiempo de descanso como tiempo perdido, desaprovechado en la rueda de productividad en la que nuestra especie ha basado su vida y su evolución, experimentando con esto una pesa de sentimientos al rededor de la palabra con D, como la palabra con C, la C.U.L.P.A.
Esta culpa por ponernos en pausa no grita, pero erosiona lentamente el bienestar, no es solo una cuestión de personalidad o falta de organización; es un fenómeno profundamente arraigado en cómo entendemos el valor personal, el éxito y el fracaso.
Desde edades muy tempranas, se nos inculca la idea de que nuestro valor está ligado a lo que hacemos, producimos o conseguimos. Esto genera un ideal de persona que siempre está ocupada, que rinde al máximo en todos los ámbitos —trabajo, estudios, familia— y que nunca «pierde el tiempo». Cuando no cumplimos con ese ideal, aparece la culpa. Como si descansar fuera una traición a ese modelo de éxito que hemos interiorizado.
Confieso que incluso en mis ratos libres, me cuesta desconectar, no porque no lo desee, más bien no he aprendido aún a cómo gestionarlo bien, de ahí el encanto del concepto de invernar, una simple regulación en el metabolismo que nos ayude a apagar el switch, a darnos esa pausa de recuperarnos, recuperarnos no solo de nuestras actividades del día a día, que espero que sean tanto agradables/ productivas / motivadoras/ llevables a cabo para cada uno.
Descansar para Recuperar, Recuperar para Descansar.
R.E.C.U.P.E.R.A.R.S.E.
Volver a estar bien y sano de nuevo.
Al final de todas estas palabras, con D, C y R, está el deseo de una humana hecha de renio boro y azufre, de abrazar el tiempo, valorarlo y aceptar que esa rueda que no se detiene, se puede pausar y eso está bien.